Entradas

Sí. Tú... ¡ay! Yo no

Imagen
  Sí: el rey. La contundencia. El querer sin dudar. Sí quiero, para ¿toda? la vida. Sí, sin condicionales y sin condiciones. Con su tilde diacrítica y su aire señorial. Sí, con la opción de equivocarse pero con el convencimiento de no hacerlo. El sí que abre puertas. El sí que las cierra.   Tú: con quien hablo, a quien tuteo. Tú, a quien hago tururú o con quien me tuturureo. Un tú que es diálogo, conversación sincera y un tú a quien no entiendo. El tú de la empatía o de no feedback at all . Porque se supone que hablamos el mismo idioma pero para mí que hablas inglés.   Ay: que me duele; que me sorprendo; que me decepciono; que me harto… Ay, ay, ay de cante jondo, de plañidera, de Bernarda Alba o de sufrir al alba. Vivir en un ay y no ponerle la h bajo ningún concepto.   Yo: ¡Ay yo! Y utilizo el Ay anterior, porque el yo necesita del ay para bajarle el ego al sitio adecuado. Yo, mí, me, conmigo. Monosilábica o trisilábicamente, el yo como problema del mundo. Quiéret

Cabeza finita

Imagen
  ¡Quita, lista de la compra!. Me perturbas. Y tú, informe impertinente que me llenas la mente de asuntos grises. ¿Por qué no apartas un poco, cita con el médico, dermatólogo, pediatra o dentista…? Salida 26 de la autopista, primera a la derecha, segunda a la izquierda… ¡qué narices de piloto automático!. ¡Mi cabeza llena de cruces y rotondas! ¿Puedes hacerte a un lado, pescado al horno con patatas panadera? Y quien soy, cómo soy, qué decido, qué busco, qué siento, cómo actúo, por qué sí, por qué no. ¿Hacéis el favor de apartaros un poquito? Mi atención entre conversaciones reales con personas que me necesitan y personajes irreales, dentro de una caja o movidas por un dedito de forma ascendente, encontrando sin buscar, sin querer pero queriendo. Curioso experimento. En el momento de los discos desmaquillantes con leche limpiadora y de la rutina por tener un pelo más sano, ya no tengo fuerzas para decirles que mi cerebro no es su sitio, que se queden en sus correspondiente

Sol y sombra

Imagen
  El día en que me hice sombra me dio por acompañaros a todos, viéndome pero sin verme. Me convertí en el espía de incógnito más esquivo de la historia y ni Sherlock Holmes ni Mata-Hari me habrían descubierto, porque era vosotros, habitaba en vosotros. Era una sombra perfecta, de esas que cambian majestuosamente de acuerdo a la luz que reciben. De hecho era muchas sombras: alargadas, achatadas, contundentes, difuminadas, desvirtuadas...aunque los alargados, achatados, contundentes, difuminados y desvirtuados seáis vosotros. ¡Infelices! Me pegué a vuestros pies de forma indisociable, inseparable e ineludible y seguí vuestros pasos. No había engaño ni escapatoria. Lo vi todo. Os vi caminar, correr, saltar... y yo detrás, al lado, incluso a veces delante. Siendo vuestra vida, viendo doble vuestra vida con una suerte de gafas cuatro ojos o de realidad aumentada, o virtual, o, en definitiva, doble realidad,  Y lo repliqué todo, lo viví todo con vosotros dos veces, lo sentí mío, fui vosotros

Cielo mío

Imagen
  Hoy el cielo eran muchísimos cielos: un espectáculo de cielos conviviendo en una misma mañana, como recortados y pegados de diferentes días y diferentes momentos atmosféricos. Un collage anacrónico.  Había zonas en las que la luz penetraba entre las nubes y reflejaba de arriba abajo, siguiendo una línea recta dibujada por un cartógrafo con fuerza superior.  En esa zona predominaba el amarillo, un amarillo como dorado, tamizado con unos reflejos que se entrecortaban con el azul de fondo, aportando volumen y relieve.  El día, en ese espacio, tenía pinta de ser un gran día y de ponerse abriguito camino de la oficina.  Había también una zona gris oscura, amenazante, inquietante, lúgubre, con nimbos llenos de ganas de llover y oscuridad tenebrosa por la que llamar al trabajo con voz de dolor de cabeza y darse la vuelta para refugiarse en casa. Un gris familiar de tormenta bajo las sábanas o de botas de agua y paseo, según el humor que toque. En otra franja las nubes eran de algodón, de es

Bochito

Imagen
El bueno de Juan nos llevaba en su Bochito . Nunca supe por qué le puso ese nombre a su “Dos caballos”.  Hasta diez niños nos apelotonábamos en los diferentes recobecos de su habitáculo cantando a coro la canción que le dedicó: “ Bochito, bochito … en el pueblo tendrás trabajito”, mientras él, con la mano derecha sujetaba levemente el volante y, con la izquierda, saludaba pronunciando su “¿Qué tal?”. Repetía ese mantra unas cien veces al día, tantas como habitantes tenía el pueblo. La posibilidad de chocar contra cualquier artefacto nunca estuvo en nuestra cabeza, aunque seguro estuvimos cerca. Su sonrisa era perenne y sirvió de refugio a muchos de los habitantes. Su figura era alta, encorvada, arqueada como para ofrecer protección a quien con él conversaba. Era amigo del hombre y compañía sincera, con un diminutivo para cada ser. Y después fue viajero infatigable para llevar la esperanza a otras tierras. “Podéis ir en paz”. Y él, Don Juan, así lo hizo.

Todopoderoso

Imagen
  Sin poder superar su muerte, se murió cada día un poco. El primer día, mató la luz de su familia. El segundo, mató sus sueños junto al mar. El tercero, mató las flores de su jardín. El cuarto, mató su cielo estrellado. El quinto, mató a un pájaro. El sexto, mató al hombre, a la mujer, a Dios. Y el séptimo descansó, viendo que todo era malo y que vivir no merecía la pena.