Anclas
Anclas Hay barcos que han navegado mucho. Han surcado mares, han sorteado corrientes, han defendido su casco ante diversas vicisitudes y aspectos adversos. Querían ser barcos bravíos y sólidos y no les incomodaba la navegación complicada, los caudales nuevos, la incertidumbre de la travesía, las inclemencias del tiempo. Estos barcos han construido una proa sólida para abrirse camino y una popa no menos robusta, para dejar rastro. Son de esos barcos que, cada vez que atracan en el Puerto echan uno de sus anclas para tomar un respiro y continuar. Y allí relucen no por ser los más limpios, los más caros, los más grandes. Relucen por su historia, por su experiencia, por sus horas de navegación. Un día este tipo de barcos deciden descansar y acomodarse sine die en el Puerto. Y lucen su nombre de barquito algo desgastado por el sol pero con el mismo señorío, esperando que los niños lo lean y digan:¡Ese es mi prefe! Así, nuestro barco echa una primera ancla que