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Mostrando entradas de enero, 2017

Despiértame; tengo dos niños

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Un día la vida te da un revés. Es como si te dijera: “¿Me ves?, pues puedes dejar de verme…” Es como si te pusiera a prueba. “Ahora sí que vas a jugar de verdad, hasta ahora era puro entrenamiento”. A ella el revés debió darle fuerte. No sé detalles pero los intuyo detrás de esa dulzura, esa sonrisa atenta y esa sublime educación. Debió existir un día en el que se encontró mal, así como llegan las desgracias: sorpresivamente. Y de ahí al quirófano un suspiro. Uno de los dos apenas debía haber empezado a decir “Mamá”. El otro no debía llevar mucho en Infantil. Auténtico comienzo del primer entrenamiento. Todos los partidos por delante y con necesidad de una buena entrenadora. Imagino también a unos padres planteándose la inversión de la ley natural sin comprender nada sobre esa que te da y te quita. Esa vida caprichosa que juega y nos hace jugar. Imagino a un marido empezando a ejercer el papel protagonista de una bonita pareja, preguntándose si ten

Niños blanditos

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Niños blanditos Ya me lo había comentado él y hoy he vuelto a escucharlo en las noticias: Nuestra generación está criando niños blanditos. Hace unos meses leí un libro cuyo título era “Padres blandiblup”. Así que definitivamente de unos padres así sólo pueden salir niños blandos. Es cierto que a la llamada de “¡¡¡¡¡¡Mamáaaaaa!!!!!” y de “¡¡¡¡¡¡¡Papáaaaaa!!!!! hemos dejado de hacer cualquier cosa que estuviéramos haciendo, y con cualquier cosa me refiero a cualquier cosa incluidas las de intimidades escatológicas, para atenderles como alma que lleva el diablo. Sí. Ese es nuestro delito. Eso hemos sido esta generación y nuestra pena por ello, dicen, es tener como resultado unos niños blanditos. Dicen que les hacemos los deberes, que les damos todo, que no hemos entrenado su tolerancia a la frustración. Les hemos estado mirando con lupa desde que han nacido: su piel, su vista, su pelo, su percentil … Por cierto, hasta que uno es padre no sabe qué es ni

Oídos de quita y pon

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Oídos de quita y pon Escucha a tu yo pequeño. Al auténtico. Ése es el que sabe.  El que da.  El que sonríe. Como antes. Como siempre. Escucha a tus mayores. A los grandes. A los que ya estuvieron allí. Ellos son los que conocen. Ellos sí lo merecen. No les escuches a ellos. A los necios.  A los que intentan quitar la esencia de las pequeñas cosas. A los que se empeñan en trazar líneas negras sobre tu dibujado paisaje. No perfecto, pero paisaje. No escuches a tu yo feo. Al que te engaña. Ése no tiene ni idea. Ése que te despierta en la dura y oscura noche acechante.  Te atormenta. Te despista y te desvía del verdadero camino que quieres recorrer. Cómprate unos oídos con interruptor.