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Mostrando entradas de diciembre, 2013

na...VIDA...d

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  na...VIDA...d   Mamá, he decidido que el próximo año a Papá Noel le voy a invitar a entrar por la puerta. En mi VIDA él debe limpiarse los zapatos antes de entrar y llamar, como los invitados educados. No es de buena educación ir a las casas y no saludar. También le diré que una visita al año no es suficiente. A la gente que uno quiere hay que visitarla más a menudo. Le diré que debe comer más sano para poder ir más ligero y así darle tiempo a recorrer todas las casas sin fatigarse. Y que no debe llevar a los renos de aquí para allá, sin apenas descansar. Le puedo pedir que se vista de otros colores; en mi VIDA la moda cambia... Y que se ponga un solo nombre, que me lío con Santa Claus, Papá Noel, San Nicolás, Viejito Pascuero, Weihnachtsmann, Joulupukki, Père Noel...  En mi VIDA cada uno tenemos sólo uno y nos entendemos la mar de bien...   Y que no riña con los Reyes Magos... ¡¡que en mi VIDA hay sitio para los...

na...VIDA...d

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na...VIDA...d   "Ná" para esta Navidad y sin esperar que llegue esa aparente felicidad.   VIDA en cada instante VIDA siempre hay más. VIDA verdadera  VIDA... en realidad.   Vi una Navidad diferente.   No es cierto. Como siempre... ...mucho más que "ná"     En código verso  

na...VIDA...d

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      na...VIDA...d   Pero, ¿Papá Noel es adivino? ¿Sus renos tienen detectores de sueños o radares de anhelos? ¿Se adentra por nuestras chimeneas interiores para conocer nuestros más profundos deseos? ¿Recorre el cielo precedido del escuadrón más cornudo, olfateando en el aire las necesidades más básicas y complejas del ser humano?   Él sólo observa la VIDA. La ve pasar centrándose en cada detalle, porque en lo banal se encuentra la verdadera esencia. Por eso no se le escapa nada.   La VIDA no le es indiferente. Se esmera en su elaboración, se regodea en cada instante y lo hace eterno. Todos los momentos cuentan, porque de ellos se desprenden señales inequívocas.   Se viste de rojo porque es un color elegante, porque la VIDA es elegante y es elegante vivirla profundamente.   Este tío gordo... ¡sí que sabe!       En código adulto    

Gota a gota

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GOTA A GOTA Cuando la gota de la paciencia colmó el vaso, en el vaso no quedó nada. Por no quedar, no quedó ni paciencia, ni vaso, ni gota. Se fue acabando, agotando, consumiendo... día a día, minuto a minuto, mes a mes y año tras año. La paciencia pareció en cierto momento ser infinita. Daba la sensación de que se la habían dado con saldo recargable. Como si en la tienda de móviles hubieran puesto una oferta del 50% y tuviera enchufe con el dueño. Siempre se producía nueva; se regeneraba, como la epidermis, como la energía, como las células madre. La paciencia era, en el fondo, como un mullido cojín en el que acostumbraba a recostarse cuando las cosas no marchaban bien. Allí, mirando al techo, sentía que lo sobrevolaba todo. Nada le afectaba, nada lograba entrar por los poros de su piel. Era su paciencia una especie de escudo protector contra las adversidades: contra el enemigo armado; contra los hostiles perseguidores; contra la...

Gris

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    GRIS   Gente gris se agolpa en sitios grises y decadentes. Antes no eran grises, ni los sitios ni la gente. Apenas sonríen, están preocupados de que cierres la puerta para que no se les vaya el calorcito que atesoran como si del bien más preciado se tratara.   Apenas sonríen. No intentan agradar. No les pagan por ello y, ni aún así, lo harían.   Gris ramplón. No gris perlado. Ramplón, tristón, bobón.   Mustios y sin brillo. Lugares llenos de gente mustia y sin brillo. Salas de espera mustias, grises y tristes. Una sola silla para esperar.   De repente una chica con pelo oxigenado se atreve a irrumpir en la escena. No es el color personificado, no entra un arco-iris como cabría esperar en esta narración. No. No es color, pero es contraste. Entra una chica con su pelo ralo, apenas unas gotas más de tinte para ser blanco pero, por los pelos, asociable a la característica "rubio".   Entra y destaca sobre el gri...

YO-YO

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YO-YO Tenía un Yo grande y un Yo pequeño . A veces el grande hacía acto de presencia y se comía al chiquitín de un bocado. Otras veces, el chiquitín salía de su guarida e intentaba crecer, pero no siempre le salía bien la jugada. Los días en que era grande pisaba con aplomo, se veía “pintón”, era capaz de todo y su vida era la mejor que nadie soñaría tener. Cuando amanecía pequeñito no tenía nada que decir. Sus decisiones aparentaban ser absolutamente erróneas, sus arrugas estaban más pronunciadas y su titubeo era frecuente. ¿Cómo y por qué podían convivir dos “Yos” con tamaña diferencia? Miraba a su alrededor y veía grandes que lo eran todo el tiempo. Sin dudas, sin inseguridades, con el aplomo que da la confianza de sentirse aquí para algo. También veía pequeños que lo eran todo el tiempo. Gente que pedía perdón por pasar por la vida, en cada gesto y en cada mirada. Yo pequeño se envalentonaba en situaciones críticas y sacaba fuerzas de flaqueza. Yo grande...