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Mostrando entradas de diciembre, 2014

Respira hondo

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Todo lleno: de sonidos, de emociones, de ritmo frenético.  Veinticuatro horas son muchos minutos, pero no alcanzan. Tráfico, teléfono, timbre, gritos, claxons, música demasiado alta, el despertador, el ruido de la ciudad, los llantos infantiles, el sonido del motor, de la radio con sus mil y un programas: los musicales matutinos, los vespertinos. Tantas palabras, tanto que escuchar. El rumor del lavavajillas, el correr de un grifo, las teclas del ordenador, los incesantes whatsapps... Sobrevalorado el movimiento, la actividad. El hombre y mujer de negocios, con sus días llenos. Corriendo. No llegando a ningún sitio.  Moviéndonos todos a toda velocidad, haciendo nada a toda pastilla. Ruidos ensordecedores. Vida excesiva. No hacer. Meditar. Analizar. O... no pensar. La nada. El silencio. El vacío hondo. La profunda ausencia de estímulo alguno. Sobrevaloremos el silencio. Ese silen

En las pequeñas cajitas de colores

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En las pequeñas cajitas de colores que están en los diversos cajones de mi baño, de mi cómoda, de mi mesilla de noche… se adivina mi vida.  En las carpetas colgantes, las de gomas, en archivadores descoloridos… se imagina lo que fue e, incluso, lo que pudo ser. Es un Bazar alegre, con color. Lo decoré con los tonos del otoño porque son los colores que más me favorecen. Encuentren piruletas de corazón y bombones de Croché, entradas a cines o algún que otro museo, teatros en familia.... Entren y busquen recuerdos de viajes al extranjero, fotos aún no descoloridas, medallas, pendientes y anillos de abuelas maravillosas con toda la simbología dentro.  Aprecien algún trofeo por ser más alto, más rápido, más fuerte en alguno de los obstáculos que uno se encuentra en el camino. Y pregunten por los diplomas, los éxitos y algún que otro fracaso. De todo hay en este Bazar. Anímense a elegir el más bello de los obsequios realizados a una Dálmata muy blanca con mu

Un hombre serio

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Un hombre serio Soy un hombre serio.  He escuchado que tengo que ser un hombre serio desde que tengo uso de razón, que, por cierto, no sé ni cuándo fue y ni tan siquiera quien me lo dijo. La vida es seria. Me la tomé en serio desde que pude balbucear convenientemente. Gateé seriamente, hice los cinco lobitos seriamente y aprendí las vocales con toda la solemnidad que se merecen. Dejé los dibujos animados atrás tan pronto pude; dejé los juegos infantiles; dejé atrás las canciones de barquitos chiquititos y cocheritos leré. Tenía muchas cosas sensatas que hacer. En cuanto llegó la adolescencia respiré un poco porque por fin mi voz grave me daba la formalidad que necesitaba. Tuve que pasar por varios gallos inoportunos nada procedentes para mi personalidad, pero mereció la pena. Cumplí los 18 y entendí que ahí empezaba todo lo bueno. Adiós a las menudencias infantiles. Estudié dignamente toda una vida. Cuando uno tiene 23 años, 20 años de estudio s

“Superhegües”

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“Superhegües” "El día que te jubilas o cuando te conviertes en abuelo, se te pone el pelo blanco y pierdes los superpoderes". Era una más de las frases lapidarias que solía declamar Coque, subido en la rama más alta de uno de los árboles a los que nos encaramábamos cada tarde para inventar una nueva historia de “superhegües” . Así les llamaba el más pequeño del grupo, cuya dicción siempre dejó mucho que desear. Tras las primeras risas, terminamos acuñando el término para autodenominarnos. Ahora, frente a frente con mi retiro, me miro al espejo y veo la cantidad de canas que pueblan mi pelo. Mis primeras canas eran latentes;  lo más parecido a "El hombre invisible" que un superhéroe podría imaginar. Se fraguaron paulatinamente a medida que crecían mis extremidades, a medida que hacía deberes de matemáticas, saltaba a la comba, hacía colecciones de cromos, comía pescado a la fuerza y jugaba con las olas del mar. Ellas, imperceptibles, se