“Superhegües”
“Superhegües”
"El día que te jubilas o cuando te conviertes en abuelo, se te pone el
pelo blanco y pierdes los superpoderes". Era una más de las frases
lapidarias que solía declamar Coque, subido en la rama más alta de uno de los
árboles a los que nos encaramábamos cada tarde para inventar una nueva historia
de “superhegües”. Así les llamaba el más pequeño del grupo, cuya dicción
siempre dejó mucho que desear. Tras las primeras risas, terminamos acuñando el
término para autodenominarnos.
Ahora, frente a frente con mi retiro, me miro al espejo y veo la cantidad
de canas que pueblan mi pelo.
Mis primeras canas eran latentes; lo más parecido a "El hombre
invisible" que un superhéroe podría imaginar. Se fraguaron paulatinamente
a medida que crecían mis extremidades, a medida que hacía deberes de
matemáticas, saltaba a la comba, hacía colecciones de cromos, comía pescado a
la fuerza y jugaba con las olas del mar.
Ellas, imperceptibles, se abrían paso sin avisar, sin que nadie se
estuviera percatando. Casi a traición.
El primer pelo blanco creo que me salió con la primera decepción de mi
vida. Mis amigos y yo, unidos por una fuerza superior sólo semejante a la de
los “superhegües”, nos separamos como un collar de cuentas cuyo sedal quedó mal
atado. Aquello no entraba en mis planes. Los “superhegües” no se separan. Los
“superhegües” no tienen conflictos entre sí. Ellos son sólo eso: superhéroes y,
por tanto, todo lo pueden. ¿Cómo se entiende entonces que vean afectado su
implacable corazón por el abandono de la amistad?.
Cada uno tomó finalmente su camino. Habíamos compartido una causa común,
habíamos librado las mismas batallas, nos habíamos ayudado para luchar contra
las fuerzas del mal...
Pero llegó un momento en el que nuestros poderes ya no nos valían juntos.
El fuego, la tierra, el agua, el viento y el hielo se separaban
definitivamente.
Yago viajó a un sitio cálido con su familia y nunca más le vimos.
Nacho se ahogó. Así de duro. Así de tremendo. Los “superhegües” no se
ahogan. Reviven siempre. Los “superhegües”, especialmente si eres un
“superhegüe” de agua, tienen mil y una artimañas para librarse de eso. A lo
mejor es que Nacho era un impostor y no era un verdadero superhéroe. A lo mejor
es que las fuerzas del mal se alinearon aquel día y eran invencibles justo en el
momento en que él dejó de serlo…
A lo mejor es que a Nacho... sus padres nunca le enseñaron a nadar... Un
pensamiento adulto que a un “superhegüe” nunca se le hubiera pasado por la
cabeza.
A Coque le empezamos a notar extraño progresivamente y ninguno tuvimos
ninguna duda de que se trataba de una de nuestras mutaciones. Los héroes
mutamos, evolucionamos para hacernos más fuertes, más poderosos... Poco a poco
Coque fue dejando de ser el niño vivaz que era, dejó de inventar historias
inverosímiles en las que todos interveníamos. Poco a poco dejó de sonreír y de
venir a vernos... Se esfumó como hacen los buenos superhéroes.
Su madre nos dijo que le habían internado. No teníamos ni la menor idea de
lo que eso quería decir y Fonsi aclaró, convincente, que seguro que esa era la
escuela de súper poderes para los mejores. Nos alegramos muchísimo por él e
hicimos una fiesta en su honor, en la que utilizamos dos o tres técnicas nuevas
de lanzamiento de llamas.
Con decenas de canas en mi pelo supe que el resto de su vida Coque había
seguido así: petrificado. Más parecido a “El hombre de piedra” que al “Dios del
hielo” que acostumbró a ser...
Fonsi descubrió el surf y un día vino con un largo flequillo y un
movimiento de cuello que le convirtieron en irreconocible. Quería ser un
superhéroe snob.
Y después llegó lo del tópico del primer amor. ¡Cuántas veces me
había reído yo de eso!. Al ser un superhéroe todo lo podía. Me creía más fuerte
que... hasta el propio amor y… muchísimo más fuerte que el amor propio. Me
fallaron ambos. Mi amor y mi propio amor propio. No supe dar y tampoco supe
recibir. No supe -vestido con capa y pantalón rojo - elevar a la chica hasta lo
más alto de los cielos para luego sorprenderla -vestido de ejecutivo- con un
ramo de rosas.
Con el paso de los años y frente a frente de mi propia soledad, quería
verme a mí mismo frente a frente de aquel amor juvenil convertido en un amor
sereno, afianzado y verdadero. Mis súper poderes emocionales no me funcionaron
tampoco. No encontré a “Supergirl” por mucho que la busqué por todos los
mundos reales e imaginarios que visité.
Y luego el viaje a aquella gran, inmensa, descomunal ciudad de las mil
sombras para labrarme un futuro mejor. Aquella ciudad con grandes, inmensas y
descomunales posibilidades. Allí, cual “Capitán América”, me sentí de nuevo
capaz de todo.
Mis primeros pasos por aquellas grandes avenidas, que se rendían a mis
pies. Mis primeros flirteos con esas maravillosas oportunidades: repartidor,
barman, portamaletas, botones...
Así años. Viendo el tiempo pasar. Esperando una gran hazaña para volar
inmediatamente a uno de esos grandes rascacielos y acceder a un trabajo
rutinario en una de las vulgares oficinas de Wall Street.
Dejé mi escudo rojo y blanco, aún sin estrenar, mi traje azul y volví a
casa, sin mi "buena estrella", con varias ilusiones menos, nada de
dinero y decenas de canas más.
No hizo falta tener un nieto ni llegar a los sesenta y cinco. Mis
cualidades sobrehumanas habían forzado demasiado la máquina. Un mechón de pelo,
similar al de Fonsi cuando se hizo surfero pero con menos brío, lograba cubrir
mi cabeza de una escarcha fina y blanquecina. Cada batalla perdida, una cana.
Cada misión no librada, una cana.
Cinco niños encaramados en árboles soñando con su fuerza ilimitada, su
carácter indestructible, su habilidad de salto, puntería y voluntad extrema.
Nacho se quedó sin vidas.
Fonsi mutó.
Yago cambió de vídeo consola.
Coque, por siempre el hombre de piedra.
Y yo…
Yo…
Yo… Game Over.
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