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Cómo me siento

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Cómo me siento Me siento con la espalda ciertamente encorvada, postura provocada por horas y horas de ordenador y mala higiene postural, como les da a los finos por llamarlo ahora. Me siento también en el borde de la silla, como si fuera a salir corriendo en cualquier momento por no sé qué motivo que desconozco pero que me mantiene alerta. Me siento cansada al final del día. Muchas veces recogiendo la cocina, a veces en un sillón y otras muchas ya tumbada en la cama deseando dormir bien. Me siento cansada pero no son mis piernas ni mi espalda las que lo están.  Me siento triste y contenta el mismo día varias veces, porque la melancolía no puede con todo el agradecimiento a la vida, pero el agradecimiento a la vida es motivo – muchas veces- de melancolía. Ella se sienta sobre una silla de enea que es su mundo, su transportador de ángulos, la prolongación de su cuerpo y su vehículo sin motor. Se sienta cada día y de ahí no se levanta. Se siente afortunada

Tadeo

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Tadeo Tadeo quiere ser asesino en serie. (Con este comienzo cualquiera sigue…) Es de tez morena y pelo no menos moreno, casi negro. No es guapo, pero tampoco es feo. Ya se le imagina corpulento en un par de años, así como se le imagina un futuro sombrío. No conoce más que un hogar que es el único suyo, pero que no le pertenece. En ese lugar los olores tienen dudosa procedencia pero se respira cobijo. No falta de nada, pero se echa en falta algo. También se le imagina una madre que lucha, con la vida, con las personas, con su propio hijo.  Alguien que se levanta soñando con un futuro mejor sin darse cuenta de que el mejor futuro que pueda soñar está en el que su propio hijo podría tener. Llega cansada y decepcionada cada día, puede que después de limpiar varias casas, varios baños, varias cocinas y haber cogido varios autobuses, algún tren y haber caminado largo rato. Tira la toalla cada noche. Tadeo no conoce el sent

Mi mundo controlado y chiquito

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En este pequeñito mundo hay una plaza, varias calles y un pueblo. Varias familias, parientes que asocio y otros que no. Hay fiestas previsibles y costumbres conocidas. Las temperaturas nunca sorprenden. Sabes que diez días en julio manga corta y el resto de verano calcetín y chaquetita de noche. En invierno, abrigo sin interrupción. Es un mundo que casi abarco con la mirada, con dos miradas, con tres a lo sumo. Tras la mañana, que es bien larga, hay un mediodía no menos largo, una sobremesa sosegada y una tarde que llenar de vida. Y aún nos resta una noche a prolongar donde susurrar secretos de los que se cuentan lento, porque uno no tiene prisa ni por dormir ni por despertarse. No hay inquietud. Tacho “in”. Sólo quietud. No hay incertidumbre. No miedos. Como es chiquito voy y vengo en un plis. A veces se hace reducido, porque lo es, pero siempre es mucho más que suficiente. En los mundos grandes, in

Despiértame; tengo dos niños

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Un día la vida te da un revés. Es como si te dijera: “¿Me ves?, pues puedes dejar de verme…” Es como si te pusiera a prueba. “Ahora sí que vas a jugar de verdad, hasta ahora era puro entrenamiento”. A ella el revés debió darle fuerte. No sé detalles pero los intuyo detrás de esa dulzura, esa sonrisa atenta y esa sublime educación. Debió existir un día en el que se encontró mal, así como llegan las desgracias: sorpresivamente. Y de ahí al quirófano un suspiro. Uno de los dos apenas debía haber empezado a decir “Mamá”. El otro no debía llevar mucho en Infantil. Auténtico comienzo del primer entrenamiento. Todos los partidos por delante y con necesidad de una buena entrenadora. Imagino también a unos padres planteándose la inversión de la ley natural sin comprender nada sobre esa que te da y te quita. Esa vida caprichosa que juega y nos hace jugar. Imagino a un marido empezando a ejercer el papel protagonista de una bonita pareja, preguntándose si ten

Niños blanditos

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Niños blanditos Ya me lo había comentado él y hoy he vuelto a escucharlo en las noticias: Nuestra generación está criando niños blanditos. Hace unos meses leí un libro cuyo título era “Padres blandiblup”. Así que definitivamente de unos padres así sólo pueden salir niños blandos. Es cierto que a la llamada de “¡¡¡¡¡¡Mamáaaaaa!!!!!” y de “¡¡¡¡¡¡¡Papáaaaaa!!!!! hemos dejado de hacer cualquier cosa que estuviéramos haciendo, y con cualquier cosa me refiero a cualquier cosa incluidas las de intimidades escatológicas, para atenderles como alma que lleva el diablo. Sí. Ese es nuestro delito. Eso hemos sido esta generación y nuestra pena por ello, dicen, es tener como resultado unos niños blanditos. Dicen que les hacemos los deberes, que les damos todo, que no hemos entrenado su tolerancia a la frustración. Les hemos estado mirando con lupa desde que han nacido: su piel, su vista, su pelo, su percentil … Por cierto, hasta que uno es padre no sabe qué es ni

Oídos de quita y pon

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Oídos de quita y pon Escucha a tu yo pequeño. Al auténtico. Ése es el que sabe.  El que da.  El que sonríe. Como antes. Como siempre. Escucha a tus mayores. A los grandes. A los que ya estuvieron allí. Ellos son los que conocen. Ellos sí lo merecen. No les escuches a ellos. A los necios.  A los que intentan quitar la esencia de las pequeñas cosas. A los que se empeñan en trazar líneas negras sobre tu dibujado paisaje. No perfecto, pero paisaje. No escuches a tu yo feo. Al que te engaña. Ése no tiene ni idea. Ése que te despierta en la dura y oscura noche acechante.  Te atormenta. Te despista y te desvía del verdadero camino que quieres recorrer. Cómprate unos oídos con interruptor.