Mi mundo controlado y chiquito
En este
pequeñito mundo hay una plaza, varias calles y un pueblo. Varias familias,
parientes que asocio y otros que no. Hay fiestas previsibles y costumbres
conocidas.
Las
temperaturas nunca sorprenden. Sabes que diez días en julio manga corta y el
resto de verano calcetín y chaquetita de noche. En invierno, abrigo sin
interrupción.
Es un
mundo que casi abarco con la mirada, con dos miradas, con tres a lo sumo.
Tras la
mañana, que es bien larga, hay un mediodía no menos largo, una sobremesa
sosegada y una tarde que llenar de vida. Y aún nos resta una noche a prolongar
donde susurrar secretos de los que se cuentan lento, porque uno no tiene prisa
ni por dormir ni por despertarse.
No hay
inquietud. Tacho “in”. Sólo quietud.
No hay
incertidumbre.
No
miedos.
Como es
chiquito voy y vengo en un plis.
A veces
se hace reducido, porque lo es, pero siempre es mucho más que suficiente.
En los
mundos grandes, infinitos e inabarcables, con conexiones por doquier,
coincidencias inverosímiles y mucha aceleración, la gente se hace pequeña.
Anonimato
y cercanía se dan la mano temporalmente y se tornan de una a otra sin previo
aviso.
La paz
hay que buscarla. Nunca te la encuentras por el camino.
El reloj
nunca para. Sólo una vez al año se siente el gustazo de retrasar la hora como
si de un maravilloso regalo que disfrutar se tratara.
Es un río
sin corriente que arrastra sin poder evitarlo.
Aprisa.
Deprisa.
Más
rápido.
Y así,
sin opción a pensar.
Lo quiero
pequeño. Lo quiero chiquito, que me quepa en un bolsillito.
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