Cómo me siento





Cómo me siento


Me siento con la espalda ciertamente encorvada, postura provocada por horas y horas de ordenador y mala higiene postural, como les da a los finos por llamarlo ahora.

Me siento también en el borde de la silla, como si fuera a salir corriendo en cualquier momento por no sé qué motivo que desconozco pero que me mantiene alerta.

Me siento cansada al final del día. Muchas veces recogiendo la cocina, a veces en un sillón y otras muchas ya tumbada en la cama deseando dormir bien. Me siento cansada pero no son mis piernas ni mi espalda las que lo están. 

Me siento triste y contenta el mismo día varias veces, porque la melancolía no puede con todo el agradecimiento a la vida, pero el agradecimiento a la vida es motivo muchas veces- de melancolía.

Ella se sienta sobre una silla de enea que es su mundo, su transportador de ángulos, la prolongación de su cuerpo y su vehículo sin motor. Se sienta cada día y de ahí no se levanta. Se siente afortunada de haber criado a sus cinco hijos, como cualquier madre a quien sus dos piernas - perfectamente torneadas y con total movilidad - le trasladan de la cocina a la mesa y de la mesa a la cocina.

También ella se sienta sobre una silla, pero ésta es de ruedas porque nació en los 70. Ha criado a dos chicos fuertes y sanos y se siente orgullosa de tener la silla bajo su culete y no “dentro” de su cabeza. Con dieciocho años la vida la sentó y ella decidió sentir esa misma vida a tope.

En un momento dado esa misma vida a ella también la sentó y ella se levantó, pero la vida la volvió a sentar y ella se resignó. Y sentada sentía que se le escapaba algo aunque siguió riéndose “a metralleta”, cada vez con menos fuerza hasta que se desvaneció. Muy sentada y muy sentida, muy querida y muy vivida.

Incluso ella, que caminó más de la mitad de su vida y con maestría ayudándose de una muleta que no le frenó para nada ni para nadie, fue un día y sintió que se sentaba. Sentía que había saltado la piedra con la yegua muchas veces, sentía que había toreado transgrediendo, sentía que había levantado el turismo de un sitio emblemático... y tras sentir todo aquello se sentó.

Y va la vida, a la que agradecemos no tener una silla en la cabeza, y te sienta, porque te toca. Aunque tú crees que no te toca y los demás creen que tampoco. Porque resbalas, porque te deslizas, porque has andado mucho y corrido mucho y te dice “para un poco, señora”. Te sienta y tú sientes que eso no va contigo, que aún podrías montar en bicicleta o en patines; que cuatro kilómetros son nada; que todo el campo está lleno de orégano para recorrerlo entero. Pero pasa y sonríes, como siempre, y esperas pacientemente a que el curso de las cosas hable.

Y yo lo veo desde arriba y me dan ganas de abrazarlas y mucho a todas ellas, porque desde arriba ellas se me hacen pequeñitas y achuchables y quiero quererlas mucho para que se sienten y se sientan bien.

Siento, entonces, que desde abajo fueron y son fuertes, luchadoras, incombustibles. Siento que sentadas pudieron con todo y se sintieron frágiles pero a la vez poderosas. Siento que me miran como ellos, que se sientan de un modo diferente e indiferente.

Porque ellos se sientan y esperan a que los lleven, sin plantearse el mundo porque lo que desean es ser guiados por quienes saben los aman con toda el alma. Y miran desde abajo preguntándoselo todo y, sonriendo, le dan sentido a su mundo y al tuyo. Se sientan y sienten que crecen mientras tú sientes que, a medida que ellos crecen, tú pierdes y ganas con ambivalencia.

Deseando una pronta recuperación al sentimiento y a lo demás.

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