GOTA A GOTA Cuando la gota de la paciencia colmó el vaso, en el vaso no quedó nada. Por no quedar, no quedó ni paciencia, ni vaso, ni gota. Se fue acabando, agotando, consumiendo... día a día, minuto a minuto, mes a mes y año tras año. La paciencia pareció en cierto momento ser infinita. Daba la sensación de que se la habían dado con saldo recargable. Como si en la tienda de móviles hubieran puesto una oferta del 50% y tuviera enchufe con el dueño. Siempre se producía nueva; se regeneraba, como la epidermis, como la energía, como las células madre. La paciencia era, en el fondo, como un mullido cojín en el que acostumbraba a recostarse cuando las cosas no marchaban bien. Allí, mirando al techo, sentía que lo sobrevolaba todo. Nada le afectaba, nada lograba entrar por los poros de su piel. Era su paciencia una especie de escudo protector contra las adversidades: contra el enemigo armado; contra los hostiles perseguidores; contra la cara amarga de las personas