YO-YO
YO-YO Tenía un Yo grande y un Yo pequeño . A veces el grande hacía acto de presencia y se comía al chiquitín de un bocado. Otras veces, el chiquitín salía de su guarida e intentaba crecer, pero no siempre le salía bien la jugada. Los días en que era grande pisaba con aplomo, se veía “pintón”, era capaz de todo y su vida era la mejor que nadie soñaría tener. Cuando amanecía pequeñito no tenía nada que decir. Sus decisiones aparentaban ser absolutamente erróneas, sus arrugas estaban más pronunciadas y su titubeo era frecuente. ¿Cómo y por qué podían convivir dos “Yos” con tamaña diferencia? Miraba a su alrededor y veía grandes que lo eran todo el tiempo. Sin dudas, sin inseguridades, con el aplomo que da la confianza de sentirse aquí para algo. También veía pequeños que lo eran todo el tiempo. Gente que pedía perdón por pasar por la vida, en cada gesto y en cada mirada. Yo pequeño se envalentonaba en situaciones críticas y sacaba fuerzas de flaqueza. Yo grande