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¿Me cantas?

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¿Me cantas? Duérmete pronto mi bien Violeta nació con los ojos bien abiertos, eso saltaba a la vista. Pero lo que tenía verdaderamente bien abiertas eran las orejas; eso merecía algo más de atención para percatarse. Los primeros días de su vida transcurrieron entre sonidos de hospital, voces de desconocidos que traían flores y bombones, recomendaciones de enfermeras y doctores y, cuando - por fin- a su madre la dejaban sola en la habitación, palabras cariñosas aún sin significado para ella, pero con pinta de salir del corazón… y una dulce nana: -           “Duérmete pronto mi bien”. Había pasado de los sonidos amortiguados que le llegaban a través de la tripita de mamá a otros mucho más puros, más intensos. Esa voz que tantos meses había escuchado apagada, ahora casi retumbaba. Nítida, limpia. Los ojos y las orejas bien abiertos de Violeta se mantuvieron así día tras día. Cada noche después del baño y mientras tomaba el biberón, aquella dulce nana reconfortaba