A su debido tiempo







A su debido tiempo


Cuando la vida era lenta te gustaba flirtear con las palabras; dedicar el tiempo a mirarte al espejo; andar despacio sin darte cuenta; hacer nada mucho tiempo sin prisa. 


Eran lentos los pasos y lentas las miradas. 


Y lento era el paso del tiempo...

Un día daba de sí y en una semana cabían mil vidas, mil sentimientos - todos ellos recordados - sin luchar contra la memoria...

Los días tenían de verdad 24 horas y cada minuto su 60 segundos, todos ellos íntegros, verdaderos, vividos, inmensos. 

Un verano era casi una eternidad: con sus altibajos, sus momentos de euforia, sus reveses. Con rostro quemado y olor a after sun.


En un mes un amigo era tu mejor amigo; un profesor, el mejor profesor de la historia; cualquier libro, el mejor libro leído. La canción de tu vida sonaba en la radio una vez y ya lo era. 


Cada aprendizaje era un descubrimiento, aunque a veces creías saberlo todo... desconociéndolo todo.


En una noche podías aprender lo que en un año. O equivocarte lo que en 10 años. 

Las decisiones eran sólo eso: decisiones. Sin consecuencias, sin escribir todavía el desenlace.

Mañana era sinónimo de imaginar. Entero tuyo. Para poder ser lo que quisieras ser sin cortapisas. Sin techo, sin horizonte.

Creías tener el futuro a tus pies. Creías dirigir tus pasos sin darte cuenta de que ellos te llevaban.

Creías tener el tiempo en tus manos y, mientras, ellas envejecían: callada, silenciosamente. 

Hubo un momento en que la vida era lenta, sosegada, a su ritmo... 

Era, en definitiva, una vida a su debido tiempo.

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