Guapa a rabiar






Guapa a rabiar


Era bella natural. Bellas de las que no se dan importancia y, por eso mismo, aún lo son más.

Una belleza armónica, serena, pluscuamperfecta o, dicho de otro modo, única, personal y qué se yo.

La belleza le venía de su desatención a la misma, de su aparente ignorancia hacia la estética. Parecía decir: no me interesas en absoluto. No pierdo mi tiempo con esas menudencias.

Pasaba tan por encima de su propio aspecto que no se percataba de las múltiples miradas que se volvían a su paso; de los infinitos corazones que había roto en innumerables noches en vela; de los piropos pensados o verbalizados al aire.

Su secreto mejor guardado: no lo sabía y no lo sentía.

Tenía una mirada donde se podía ver indistintamente el cielo o el mar, según
ella estuviera de un humor u otro. Esa potestad sobre la naturaleza le transfería
un aire enigmático.

Su cadencia al andar era, casi, musical. Se podía decir que componía una
melodía con el vaivén de sus brazos acompasados con sus piernas.

Su melena parecía la más mimada de las pasarelas incluso cuando se
la recogía en una trenza improvisada que – curiosamente- siempre parecía
haber tenido detrás al mejor asesor de imagen soñado.

En su sonrisa había un algo indescriptible que provocaba una mezcla de dulzura y protección. Una mueca que hacía levantar levemente uno de sus labios dejaba entrever que ahí dentro se encontraba una gran persona.

Y entonces llegaba su conversación. Y con su conversación una sorpresa aún mayor. En su mente había una inteligencia de las bonitas, de las que sirven para algo, de las que dejan semilla en un mundo convulso en el que nadie hace nada por nadie.

Era guapa a rabiar.

Y ella, ajena a todo, luchaba - como cada ser humano- por quererse, mirarse al espejo y pasar por alto los pequeños defectos con los que convivía, tratar de entender una existencia rara… y tirar adelante.

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