Zebrita





Zebrita
  
Pues así empezó la cosa. Dando a un animal el nombre de otro. Así son ellos. Él decía que se parecía más a una vaca, pero a ella, a pesar de la rayas inexistentes, los colores blanco y negro de su pelaje le hicieron pensar en una cebra. Y así siguió la cosa: "Con Zeta, ¿eh mamá?", como si anticipase que la iba a corregir y le iba a hacer cambiar de opinión. ¡Pues buena es ella!

En tan sólo dos horas teníamos la mascota soñada (por ella), un nombre para generar crisis de identidad y una falta de ortografía. Luego, además, teníamos una jaula con todos sus complementos. Que no le falte "de ná" a nuestro nuevo habitante. 

Y en tan sólo dos horas ella ya había tomado la decisión de transportar al hamster - digámosle hamster, aunque pudiéramos llamarle ratón- en la bola transparente "tipo Bolt". Bastaron unos segundos de desconcierto para que, entre el "yo lo cojo", "no le pongas la comida aquí, que se cae", "éste no es el lugar para el hamster", etc... el nuevo habitante de la casa cayera al suelo de la cocina e hiciera cual zarigüella en "Vecinos Invasores": mirar al techo, estirar una pata (literalmente) y darnos un susto de muerte con lágrimas fúnebres incluidas, previas a la defunción.

La verosimilitud con la que la tía (o el tío, porque desconocemos su sexo) fingió un paro cardíaco estuvo a punto de provocar uno de similares características a al menos tres (o incluso los cuatro) miembros de la familia.

Tras los primeros momentos de incertidumbre e, incluso, alguna lagrimita...¡Falsa alarma! ¡Zebrita está bien! 

Los Reyes Magos tienen una magia infinita, no hay duda.

Eso sí, tras la falsa alarma, el resto del día ninguno esperábamos encontrarla en plenas facultades. Los días posteriores, al llegar a casa, nos agolpábamos alrededor de su jaula – uno por cada uno de los laterales de la misma- para confirmar el ritmo de su respiración. La cosa parece que “tiraba palante”.

Así pues Zebrita se instaló en casa como una reina esperando que se lo hicieran todo. La que mejor vive de los cuatro. Le limpian la casa, le dan de comer, le ponen un lugar mullidito donde dormir... y, que yo sepa, lo único a lo que se dedica la tía es a rodar en su rueda.. .¡¡¡a las cuatro de la mañana!!! ¡¡¡Pero qué quieres, alma de cántaro, si es un roedor!!!!! Pues nada, que corra a su libre albedrío si eso le hace mantenerse en forma, que los demás ya dormiremos cuando podamos...

Ahí es donde entendimos el porqué de tan poca actividad durante el día. No estaba moribunda… ¡¡¡¡estaba cansada de correr por la rueda toda la noche!.!!!

Progresivamente se instaló en nuestra vida con normalidad. Vamos, con normalidad para mí que no le cambio la jaula, porque yo he visto pelotillas del ser y elementos sospechosos a los que prefiero no prestar atención. Eso sí, ella lo limpia, se preocupa por el estado de sus patitas, de su casita, de su agua… y, al menos, cuenta con un ayudante para esos quehaceres.

Y en esas andábamos cuando un día, tras la comida, salgo a hacer unas compras. “Yo recojo la comida, ve tranquila”.

Vuelvo a la hora y media y los niños, sobresaltados, no pierden un segundo para decirme que Zebrita está…¿¿¿¿¿en el horno¿¿¿¿¿

¿¿¿¿¿Será una de las bromas de papá??????? ¡¡¡¡¡¡¡¡Noooooo!!!!!! ¡¡¡¡¡¡El hámster está en el horno!!!!!!!!!!!..

Dedico unos segundos a procesar la información y, afortunadamente, me da por reírme (para mis adentros, claro, porque la estampa es tremenda). 

La mesa sin recoger, los embellecedores de toda la cocina desarmados, el horno encima de una silla y el microondas encima de otra. Una pura cara de desesperación me dice: “Llevo una hora y media buscando al hámster”. Pienso para mí: “En lugar de hacerse pasar por una zarigüella se está haciendo pasar por un camaleón y se ha convertido en gris cable para que no le encuentren”.

“Papá, la jaula está sucia”. Ella, como dije, muy dispuesta, deja unos segundos a Zebrita en su jaula SIN CERRAR, pequeño detalle sin importancia, y Zebrita empieza una San Silvestre roedora que comienza en el mueble bajo la vitrocerámica y, en diferentes etapas, hace un recorrido por debajo de todos los muebles de la cocina. Mientras tanto, el cazador va levantando zócalo a zócalo viendo cómo el pequeño ser al que cuida, le burla sin ninguna piedad.

Como no le parece suficiente aventura, Zebri se lo toma aún más a pecho y decide afrontar una etapa de montaña, ahora parece que está haciendo el Tour de Francia y empieza a trepar por no sé qué recovecos inverosímiles que le conducen misteriosamente… ¡¡al horno!!. No a la parte del horno donde hacemos los bizcochos cuyas migas se come, ¡no!, la parte de abrasar al bicho nos la evitamos. Me refiero a las tripas del horno, allí donde dispone de múltiples cablecitos y materiales diversos que roer…

Y al llegar allí….¡Se instala!.

Total, el horno está inclinado, cogido en vilo por el cazador porque se ha empeñado en hacer caer al ratón por un agujero al que, cada cierto tiempo, tiene a bien asomar el hocico, una patita… así, como saludando, pero, en el fondo, como diciendo…¡pero qué sustos os meto!.

Tras digerir la situación y reírme, sólo por dentro insisto, aunque habría soltado una carcajada con gusto, sugiero dejar el horno sobre la silla y ponerle comida para que salga por el famoso agujero tarde o temprano. 

Desconozco si esa es la táctica que sigue el cazador u otra… pero, por fin, Zebrita vuelve a estar en su jaula.

Ahora sólo queda arreglar tooooooda la cocina. Pero eso no importa. Zebrita está a salvo y puede volver a correr toda la noche a la hora que a ella le rote.

Cómo no lo van a querer los niños si es un ratón, como lo es el Ratoncito Pérez, que tanto les está cuidando sus dientes estos años.

Es normal.

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