A veces hay que parar. Coger aire. Reconsiderar. Mirar desde distintos prismas. Pensar que lo que era, a lo mejor ya no es. Y que la nueva mirada puede ser más luz de la luz que hubo. En algunos momentos, un receso es la garantía de poder continuar. Coger impulso desde el hoy prolongado. Paré de escribir. Tiempo. Bastante. Y no llamó a la puerta. Lucio, callado. La miel no rebosaba sobre el hojaldre. Up dejó de subir, aunque estuvo a punto de tocar las nubes. La vida era mucho más grande en vivo. Más pesada. Más contundente. Llena. PARÉ Tiempo. Bastante... Porque sí... Y no llamó a la puerta. VUELVO A ratitos. La vida sigue siendo más. Pero vuelvo.
Detrás del espejo. En la ola que volvió al mar. En los dobladillos de los pantalones En el pliegue de tu cuello. En la palabra que no me atreví a pronunciar. En la persona a quien no conocí. En la dimensión que no atravesé. En la vida que me impidieron vivir. Allí estás y allí estoy.
El ceño fruncido más a menudo de lo normal. Un par de arruguitas entrando sigilosamente, pero con paso firme. Los hombros, cual marioneta a la que alguien maneja desde lo alto, subidos en una mezcla de "y yo que sé" y "preparados, listos, ya". Esa pronunciada mandíbula, aún más pronunciada y menos bonita. Y dentro, la pequeña dentadura: sufriendo, callada, aguantando el peso...de lo callado, de lo tragado, de lo asumido, de lo dicho... De mucho. Y, cada noche, intentando reposar. Mientras el cortisol, un nuevo conocido para muchos, va haciendo de las suyas por todo el organismo. Pasando por donde le place, creando sus propios caminitos y parando a su antojo, como si hubiera cogido un mapa y decidiera poner una pica allá donde le apeteciera. Una carrera por etapas con sus metas volantes. Un viaje en el que atentar silenciosamente contra la todopoderosa homeóstasis. Mi sistema simpático, el menos amable de los dos, preparado para salir corriendo todo el día. Y el ...
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