Se miraban a los ojos...
Se miraban a los ojos … …y escribían. Primero uno. Luego el otro. Mientras uno ponía toda la dedicación en su turno correspondiente, el otro esperaba paciente. No era una espera pasiva. Había observación, complicidad, compartir el momento. Era como si, incluso sin saber qué palabras estaba utilizando el compañero, fuera partícipe de ellas. Una suerte de telepatía oculta. Había juego infantil en sus miradas. En sus frases. La expresión escrita trascendía a las personas y creaba un tipo de relación espiritual. “Entre montañas que siguen siendo nuestras, el gigante desafía” La magia era, sin duda, la inocencia de no saber lo que estaba pasando, lo que se estaba construyendo. Parecía un relato más, intrascendente, inofensivo... pero en común. Eso es lo que lo hizo diferente y único. No sabían retórica, ni técnica literaria, ni recursos estilísticos. Sentían lo que se decía y cómo se decía. Sentían el entorno, las vivencias compartidas… y todo aque